Yo (el burro por delante) abrazando a mi hermana Daniela, mi Papá y mi hermana Edith
al Chano todavía le faltaban muchos años para nacer ¡ni modo!
Cuando llegamos a este fraccionamiento, había muy pocos pobladores en la manzana, recuerdo que el pito del tren se escuchaba con gran estruendo pues la vía estaba a escasos docientos metros, en la acera de enfrente solo un enorme baldío, limitado con sus banquetas y listo para comenzar a construirse, se encontraba, en el lado derecho, viendo la casa de frente, otro baldío que eran los terrenos últimos de la manzana y que mis amigos y yo limpiamos de piedras y matorrales para construír lo que fue nuestro campo de futbol...pero esa es otra historia. Al otro lado de la casa existía otro baldío, de menor dimensión y en el cual, a corto tiempo, llegarían los materiales para comenzar construir.
Se dió inicio a la obra, al fondo del terreno se levantó una casita o bodeguita de carton y madera en la cual por la noche se quedaba para vigilar la finca y los materiales, un velador, que solo recuerdo le decíamos Don José.
Don José era un señor de edad muy avanzada, yo calculo que tendría en ese entonces unos 85 años, pero hombre todavía fuerte y ágil para su edad, su caminar era firme, moreno, de piel curtida por el paso del tiempo y el sol, de estatura media, siempre de sombrero tipo vaquero de paja y de mirada aguileña a causa de una lesión cerca de un ojo. Don José era una persona amable y pronto en la familia nació gran aprecio por él, y yo, como cualquier niño curioso, gustaba de escucharle contar sus historias cuando mi mamá me mandaba a llevarle su "vaso de canela", que a casi diario le preparaba. Pero de todos sus relatos, hay uno que marcaría de manera singular mi vida.
Don José, cuando se quitaba por alguna razón el sombrero, dejaba ver accidentalmente una extraña cicatriz casi redonda, del tamaño de una moneda de diez centavos, justo en la parte alta de la frente del lado izquierdo, donde nace el cabello. Cuando un día me animé a preguntarle la causa, sin ningún asombro y sin titubear me contó que era la cicatríz de un "rozón de bala". Y siguió contándome que el era de Chihuahua y que en algún momento de su vida se unió a las fuerzas de Pancho Villa, que anduvo "de aquí pa'lla" con su general en la bola, hasta que llegó el fatídico mes de Abril de 1915 en Celaya, para la hasta entonces, insuperable División del Norte. Y fue precisamente en ese lugar de batalla donde Don José cayó herido de la cabeza por alguna bala obregonista. Desgraciadamente mi memoria no me alcanza para confirmar si es que me contó que para escapar de la "rematada" se escondió debajo de unos cadáveres o si fue auxiliado por elementos de la Cruz Roja o ambas, lo cierto es que acabó en un hospital abandonado a su suerte y sin medios para poder regresar a su lugar de origen decidió quedarse a vivír en Celaya.
A esa edad, tenía solamente una vana idea de lo que me estaba contando, sabía poco sobre nuestra Revolución Mexicana pero a partir de ese momento la comenzé a ver con otros ojos. La construcción de una nueva casa al lado de la mía llegó a su fin, y un día Don José así como llegó se fue. Y yo poco a poco y con el pasar de los años hice de nuestra Revolución un tema inquietante y favorito para mi. Y un día, al igual que Pancho Villa, me tuve que ir de Celaya rumbo a León, solo que a mi no me venía persiguiendo Obregón, yo llegué persiguiendo al Centauro del Norte y a toda "La Bola". Mi adolecencia se llenó de libros sobre ésta parte de nuestra historia, creo que trataba de encontrar a Don José, por que a decir verdad siempre me quedé con la sensación de haber estado al lado de la historia viva y no haberla sabido leer. Irremediablemente aparece siempre el "hubiera" y hoy en día solo encuentro a Don José en los campos de Celaya peleando a sus 15 o 18 años con la frustración en su rostro de no poder pasar más allá de las trincheras protegidas con metros y metros de alambre de púas, desgarrando cada embate y carga furiosa de su general, y al mismo tiempo ver como destrozan la metralla y las baterías, todos los días de gloria que le acompañan desde Chihuahua...y de pronto...sentir en su frente, el piquete doloroso que le nubla la vista mientras siente el "chorreadero" caliente que le empapa el rostro y... comenzar a vivir en el recuerdo...
Yo no se si Don José, realmente, nunca quizo regresar a Chihuahua, a veces pienso que de algún modo pensó que pronto volvería su general y que al no ser así, pefirió quedarse en el lugar que lo vió volver a nacer. Ya no volví a verlo jamás...y hoy escribo esto en su memoria y en la de todos los "Don Josés" que se perdieron en los números de la historia y que llevando su revolución en sus adentros, mantuvieron ésta con sus relatos, engrosando las filas de su causa...su Revolución.
Yo en plena campaña en los campos (de la escuela) de Celaya.
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