martes, 27 de abril de 2010

Alvaro Obregon El Manco de Santa Ana del Conde

     Se pueden decir muchas cosas sobre éste personaje, que si en su momento el Hombre Fuerte de México, que si el Quinceuñas, que si el Manco de Santa Ana del Conde, que si los cañonazos de cincuenta mil, que si el invicto de la revolución y tantas cosas más. Lo que si es cierto es que Álvaro Obregón es uno de esos personajes favoritos dentro de las miles de anécdotas del conflicto armado, durante y despues de él.
     Y es que de todos los personajes de esta parte de la historia, Álvaro Obregón es quizá de los pocos que dejan ver su buen sentido del humor,  hasta el grado de poderse reír de si mismo.
     Por eso, en vez de escribir una larga biografía, me di el lujo de compartir estas historias que han pasado de generación en generación y que seguirán pasando.

En cierta ocasión en que el general Álvaro Obregón miraba la hora en su fino reloj puesto en su muñón, le preguntaron por qué no lo usaba en el brazo bueno, el izquierdo, y contestó: “¿Y quién le va a dar cuerda, su chingada madre?”.

El general decía que la única forma de esquivar a la muerte —que es femenina, aseguraba— era despreciarla,mostrarle el puño y pasar por encima de ella.

Cuando un periodista le preguntó cómo había recuperado el brazo perdido, contestó sonriendo: “Muy fácil. Eché una moneda de oro al aire y mi brazo  salió volando a cogerla”

Eusebio osuna nos cuenta:

En una de aquellas ocasiones, el invicto Manco de Santa Ana del Conde caminaba solitario por la plaza “13 de Julio” extasiado por el canto de los pájaros y el olor de las miles de florecitas de estación, que con gran cariño y esmero sembraba y cuidaba el “placero” don Alfredo Peralta.   Los niños que se dirigían a la escuela, veían con mezcla de admiración, respeto y temor, a aquel güero quemado por el sol de grandes bigotes entrecanos, sabiendo que era el meritito vencedor de Pancho Villa… el mero Hombre Fuerte de México.
     Entonces, Obregón aceptó la invitación que le hizo un “bolerito” para asearse el calzado, sentándose en una de las viejas bancas de fierro fundido y tiras de madera pintadas de verde del histórico parque.  Pronto ambos platicaban entusiastamente, más el niño,  mugroso y descalzo, pues don Álvaro sólo lo interrogaba de  vez en cuando, para provocar su plática y deleitarse escuchando sus respuestas vivas e inteligentes.
     Así supo que el bolero se llamaba Manuel, que a la muerte de su padre tuvo que convertirse prematuramente en hombre para sostener a su pobre madre y dos hermanos menores, con el escaso dinero que ganaba aseando calzado en la vía pública.
                                                                
       Primero fue otro bolero largo, seco y moreno como vara prieta, quien interrumpió el palique, golpeando de pasada en la cabeza a Manuelito, mientras le decía
     — ¡No se te vaya a olvidar, “Greñas”!
     El niño casi entre dientes le repuso
     –¡Ni a tí tampoco, “Setagüi”!
     Luego fue otro limpia-botas chaparrito y gordo, vestido casi con harapos, quien al pasar le recomendó a Manuel:
     — ¡No se te vaya olvidar, “Greñas”!
     — ¡Ni a tí tampoco, “Uvari”, repuso el chico.
     Muy lentamente continuaba su trabajo Manuelito, interrunpido ahora por las preguntas del general y luego por nuevas recomendaciones de otros colegas boleros que al pasar le espetaban:
     — ¡No se te vaya olvidar, “Greñas”!
     Para todas las cuales, siempre tuvo la misma respuesta:
     — ¡Ni a tí tampoco… “Rengo”, “Sapo”, “Mocos”…!
     Al fin, Obregón convencido de la viveza del bolero, y conmovido por la dureza de su vida, la que enfrentaba con decisión de hombre maduro, le comunicó:
     — Mira Manuelito, tú eres un chamco muy inteligente, muy listo.  Tu lugar está en una escuela.  Estoy seguro que con preparación llegarás a ser un hombre útil, un ciudadano valioso…
     — Pues sí general, pera la escuela no es para los pobres como yo -interrumpió-
     — Ahora mismo voy a dar instrucciones a las autoridades locales para que le fijen una pensión decorosa a tu madre y así puedas asistir con desahogo a la escuela… ya verás como vas aprender cosas interesantes… te voy a encargar con el profesor Dworak, y antes de lo piensas serás abogado o médico.
     En una pequeña agenda de bolsillo, el general apuntó el nombre y la dirección de la viuda, datos que le proporcionó el muchacho con los ojos húmedos por la emoción.
     — Bueno, Manuelito, pero ahora me vas a platicar del jueguito ese de no se te vaya olvidar que traes con tu palomilla, le interrogó don Álvaro.
     — Este… es que… me da pena contarle general…
     — ¿Por qué pena…?
     — ¡Es que es una leperada, mi general!
     — Anda…Anda… platícame que al fin los dos somos hombres y yo me sé todas las leperadas del mundo -le repuso Obregón con una risita pícara y bajando la voz, como invitándolo a la confidencia-
     — Bueno mi general… le voy a decir porque usted lo ordena, pero… cuando… cuando me dicen no se te vaya olvidar, me quieren decir, no se te vaya olvidar… no se te vaya olvidar ir a chingar a tu madre… y… y… pos yo les respondo ni a tí tampoco, explicó Manuelito, mientras guardaba trapos, cepillo y grasa con la cabeza gacha sobre el cajoncito de madera, para eludir la mirada de su interlocutor.
     La carcajada de Obregón, alegre y sonora, voló a confundirse con el escandaloso canto de los chanates que plagaban los viejos “yucatecos”.
     — ¡Ah que chamacos cabrones!, dijo mientras se ponía de pie, y le extendía al chico dos moneditas de $2.50 oro nacional.  Luego se despidió sin palabras, mesando el pelo sucio y largo del bolerito, con su mano única.
     El niño,  sofocado por la emoción, apretaba con fuerza aquella fortuna con su manecita sucia de grasa, y en su alma, la promesa que le hizo, ni más ni menos que El Hombre Fuerte de México.
     — ¡General…! gritó de pronto Manuelito con ansiedad, pensando en la prometida pensión para su madre…
     Obregón se detuvo como a unos veinte metros de distancia ya, y por toda respuesta volteó la cabeza…
     — ¡General… no se le vaya olvidar…!
     El Jefe de los Ejércitos Constitucionalistas, trémulo el bigote entrecano, repuso:
     — ¡Ni a tí tampoco, jijo de la rechingada—!

 Don Gilberto Escoboza Gamez tambien nos cuenta del General:

Cuando era presidente el general Álvaro Obregón, él y doña María su señora, se hicieron muy buenos amigos del embajador argentino y su esposa, al grado de que se visitaban con frecuencia. Por eso, cuando llegó la orden al diplomático de que regresara a Buenos Aires para otorgarle una nueva comisión, la embajadora brindó una cena a los Obregón, con varios platillos de cabrito, como se acostumbra en las Pampas.
 
         La cena transcurría animada y muy complacida la embajadora veía cómo el general pedía más cabritos, entonces ofreció al presidente: "Cuando lleguemos a nuestra patria enviaré cabritos para que los prepare el cocinero de la Embajada y se los mande a su domicilio". Ante el ofrecimiento, Obregón exclamó:
         “Me parece un poco difícil, señora”.
         - ¿Por qué general? –preguntó la dama.
         “Porque cuando salgan de Argentina los animales van a ser unos cabritos, pero cuando lleguen a México, yo no serán cabritos sino...”
         En ese tiempo no había carreteras internacionales ni vuelos de pasajeros, siendo las comunicaciones muy lentas, solamente por barcos. Por eso temía el  presidente que los cabritos crecieran en el trayecto.
      
En agosto de 1915 el Ejército del Noroeste, al mando del general de división Álvaro Obregón, entró en la Ciudad de México, victorioso. Al frente de la primera columna iba su comandante, a caballo, flaqueando por su estado mayor. La marcha era hacia el Palacio Nacional. Los balcones y las aceras por donde iba la cabalgata, estaban llenos de gente que aplaudía a los jinetes, en su mayoría jóvenes norteños, altos y robustos, portando ropa de kaki y sombrero tejano.
         Cuatro a cinco cuadras antes de llegar al antiguo palacio de los virreyes, había una manta, de acera a acera, bajo la cual pasarían los revolucionarios, con una efigie mal dibujada de don Venustiano Carranza que, al verla uno de los generales, disgustado exclamó:
          “¡Qué mal pintado está el primer jefe!”, a lo que respondió Obregón:
         “Pero parece que quiere hablar don Venustiano”.
         Sorprendido el crítico de la efigie de Carranza, insistió:
         “Pero mi general, ese dibujo del señor Carranza está muy mal hecho”.
          A esto, el general Obregón repitió:
         “Parece que quiere hablar el primer jefe...” para luego agregar:
         “Para recordarle la madre al que lo pintó”.
   
 Era sabido que el general Obregón se sentaba con las piernas abiertas, al grado de que cuando viajaban en un tren ocupaba él solo, un asiento, con el consiguiente disgusto de otros viajeros. Esta molestia la causaba, por supuesto, cuando todavía no se encumbraba políticamente.
         En una ocasión, siendo presidente municipal de Huatabampo, abordó un tren en Navojoa y al rato una señora con seis niños, intentó acomodar a su prole en el asiento vacío y el que ocupaba el después general, cosa que resultaba imposible. El carro iba lleno y no podía disponer de otros lugares. Por eso la prolífica mujer exclamó en voz baja, como hablando para sí misma:
          “Sí el señor no abriera tanto las piernas, cabríamos todos en los dos asientos”.
         A esto don Álvaro respondió:
         “Y si usted, señora, no hubiera abierto tantas veces sus piernas,  también cabríamos”.
  
En 1916 después de la invasión de Villa a Columbus, Nuevo México, en Estados Unidos se desató una campaña periodística contra nuestro país, pidiendo a su presidente que declarara la guerra e invadiera México. Todo parecía que los yaquis invadirían el territorio mexicano.
         El señor Venustiano Carranza opinaba que el divisionario Álvaro Obregón era el único general mexicano que podía detener durante un mes o más, al Ejército estadounidense, mientras la Secretaría de Relaciones Exteriores, hacía trámites para comprobar que ese asalto fue cometido por un hombre que se encontraba fuera de la ley y que también estaba causando grandes daños a México. Ante ese grave problema con que se enfrentaba el presidente Carranza, nombró al general Obregón secretario de Guerra.
         Con ese motivo, los principales jefes del Ejército le brindaron un banquete en el centro de reuniones sociales “Son-Sin” (Sonora-Sinaloa), de la Ciudad de México. En la mesa del festejado se encontraban varios jefes revolucionarios y, sin saber como, estaba un joven a quien nadie conocía, pero todos pensaban que podía ser hijo de uno de los presentes; por eso le soportaban todas sus impertinencias al inmiscuirse en las pláticas de los  militares.
         En una de sus impertinencias, preguntó a Obregón:
         -¿Cuántos años tiene usted, general?. Mi mamá dice que por su edad podría ser mi papá.
         El divisionario, aburrido de la presencia de aquel intruso, le respondió:
         “Pues dile  a tu mamá que yo no quise”.
         Todos los presentes rieron ruidosamente por la ocurrencia del sonorense. Sólo el joven, calladamente y avergonzado salió del lugar.

Y tambien se cuenta que...

El General Álvaro Obregón siempre conservó una foto donde estaban el y el escritor español Ramón María del Valle-Inclan que era manco del brazo izquierdo y ahí  estaban los dos en la Plaza de Toros de la Condesa, aplaudiendo juntos, cada uno con la mano que le quedaba.

Francisco Javier Baltierra nos dice:
A este personaje le disgustaba que los militares le atribuyeran sus derrotas a su mala suerte; tanto que un muchacho le pregunto a Obregón: -¿Verdad mi general que la mala suerte existe? -por supuesto que existe, pero Dios la reparte solo entre los pendejos. 

A propósito de estos, en el año de 1923 el general Estrada, jefe de operaciones de Jalisco, se reveló contra el gobierno de Obregón. Este a su vez fingió que atacaría a Guadalajara, por Ocotlán, con las tropas de caballería del general Lázaro Cárdenas. Estrada cayó en el engaño y utilizó estrategias para repeler el ataque.

Mientras tanto Estrada envió a Rafael Buelna a enfrentarse a Cárdenas, a quien Obregón ordenó no pelear, solo distraer al enemigo, con el único fin de dar oportunidad a que otra columna Obregonista Marchara sobre Guadalajara.

Pero Lázaro Cárdenas desobedeció las órdenes y respondió al ataque de Buelna, echando a perder la maniobra de Obregón y sufriendo una terrible derrota. Fue herido de bala en un pulmón y el segundo a su mando quedo sin vida. Mucho se molestó Obregón, quien al recibir la noticia por vía telegráfica, y dominado por la ira, exclamó: -¡Maldito trompudo¡ ¡Claramente le ordené que no presentara combate, y el muy tarugo se pone a tomar decisiones idiotas por su cuenta¡ ¡Y claro, le rompieron cuanta madre tiene¡ ¡Dios nos libre de un pendejo con iniciativa¡. Siendo este dicho, el que dio origen a tan famosa frase.

Y se rumora que:

Un empleado de una importante armadora automotríz fue a obsequiarle un carro último modelo a Obregón. El presidente le dijo que no podía recibir tan costoso regalo, que mejor le pusiera precio para que él pagara. El empleado, que llevaba la consigna de hacer efectivo el obsequio a como diera lugar, le dijo al general Obregón:
-Muy bien, señor presidente. Déme un peso.
Ante esta inesperada respuesta, Obregón contestó:
-¿Sólo un peso? ¡Qué barato! Tenga dos pesos y tráigase otro carro.

Y por último...

Después de varias sesiones de trabajo en su propia casa, a las doce y media en punto del día 17 de Julio de 1928, Obregón salió rumbo al restaurante "La Bombilla", en donde se había organizado un banquete en su honor. Al subir al cadillac negro, el general Roberto Cruz, jefe de la policía, le dijo que se había revisado perfectamente el restaurante para comprobar que no se hubiera colado alguna nueva bomba (por aquello del atentado que sufrió meses antes).
-No se preocupe, general Cruz- le respondió Obregón sonriente-, siendo "La bombilla" a donde vamos tendría que ser una bomba muy pequeña.



martes, 20 de abril de 2010

Viñetas de "El Pachón" Encarnación Ortiz

       Fue éste el más conocido de "los Pachones" y uno de los guerrilleros más notables de la provincia de Guanajuato.
     Era originario del rancho de "La Pachona", en el partido de Pinos, Zacatecas.
Se dice que para 1811, los Pachones ya se dedicaban a saltear las diligencias cargadas de oro y plata que procedían de las minas de Zacatecas, Durango y Aguascalientes, reugiandose en los alrededores de la entonces Estancia de Ojuelos en Jalisco.
     El nombre de Encarnación Ortiz es con mucha frecuencia mencionado en muchos partes de los jefes y de las autoridades realistas que veían en el a un insurgente temible y peligroso.
     Decían de él que tenía pacto con el mismísimo diablo por su forma de salir bien librado de las situaciones más difíciles.

      “Atacaban algún sitio y luego se iban hasta arriba del cerro, no podían bajarlos… pero un día se reunieron varios gachupines, sitiaron el cerro desde varios frentes pero a Ortiz no lo lograron bajar se aventó desde arriba del cerro con el caballo, saltando aquí y rebotando allá, descendió hasta perderse a la vista de sus adversarios, sin importarle que en el trayecto iba sufriendo múltiples heridas; sin embargo, una vez iniciado el descenso en esa forma, detenerse hubiera sido sencillamente imposible… de este modo se salvó...y comentaron que tenía pacto con el diablo…eso dice la leyenda… pero la verdad es que ya conocía muy bien el camino y sabía por dónde bajar”- comenta el señor Raymundo Arvizo de San Felipe Torresmochas.

     Se llegó a  casar con Agustina Hidalgo Costilla y Ramos Pichardo hija de Don Miguel Hidalgo y Costilla y con quien es posible procrearan un varón de nombre Leandro Ortiz Hidalgo. Agustina Hidalgo Ramos-Pichardo fue enclautrada por el Padre de la Patria en el Beaterio de santa Clara en Guadalajara despues de la Batalla de Calderón. Y es cuando sale de aquí que se casa con el Pachón.

    Siendo un excelente jinete, la táctica que empleaba el "Pachón", era muy parecida a la de "El Manco" Albino García y Andrés Delgado "El Giro", la guerra de guerrillas, la emboscada, la sorpresa contra las fuerzas realistas donde quiera que se las encontraba, sin embargo, a diferencia de El Manco Y El Giro, El Pachón si tuvo, sobre todo, varias acciones en batallas serias y formales a lado de gente brava como Don Victor Rosales, Don Pedro Moreno, El Padre Torres, Xavier Mina y Bustamante en la etapa próxima a la consumación de la Independencia.
     En 1814, Encarnacion, Matías y Francisco Ortiz "Los Pachones" establecieron una fábrica de cañones y pólvora en el pueblo de Valle de San Francisco, hoy ciudad Villa de Reyes en San Luis Potosí. Y poco tiempo después levantaron el Fuerte de San Miguel en la cima de el cerro llamado Mesa de los Caballos perteneciente a la Hacienda de Ortega(Rincón de Ortega) en la Sierra de Guanajuato y que dista unos 37 km hacia el lado Este del Fuerte del Sombrero.


Batalla en la Mesa de los Caballos

"Una polvareda venía más allá de los Borregos, luego se fue acercando por el fondo de la barranca. Desde la víspera los del sombrero estaban inquietos: Don Manuel Gonzalez, el de San Juan, llegó de los Altos de Ibarra contando que al pasar por la hacienda de Ortega oyó como un cañoneo rumbo a la Mesa de los Caballos. Y en la Mesa de los Caballos,justamente, están fortificados los Pachones con el Padre Carmona. Hace poco más de una semana, el jefe realista Ordóñez intentó quitarles la posición; pero los Ortiz se defendieron muy bien y lograron derrotarlo. Ordóñez enfurecido, saltó en busca de Castañón, que es el jefe más aborrecido en el Bajío, por sus cobardes asesinatos y demás atrocidades que hace por donde pasa, lo mismo con los insurgentes que con los pacíficos. Los Pachones, temiendo un nuevo ataque con mucha más gente, pidieron con urgencia auxilio al Sombrero. Más de la mitad de la tropa salió en el acto para la Mesa de los Caballos, llevando al frente al coronel Don Juan de Dios Moreno con su inseparable sobrino( Don Luis Moreno, hijo de Don Pedro Moreno).

     Cuando Don Pedro sabe que se acerca gente, siente una corazonada que hasta de la silla lo levanta; pero dueño enseguida de su cabeza y de sus nervios, se vuelve a sentar y sigue haciendo cuentas con el tesorero Torres, cual si no hubiese pasado nada.
     Entretanto, Doña Rita, con un recién nacido en los brazos, da vueltas de extremo a extremo, y en sus labios plegados por el dolor y la angustia, se remueve fervorosa plegaria.

     Son insurgentes, en efecto, los que se acercan al fuerte. Se les adivina en su pobre indumentaria: los de a caballo vienen en fustes desguarnecidos y con estribos sin tapadera y muchos hasta en pelo; todos sucios y desgarrados, quien se tapa con garras de calzones o jorongos. Quien lleva las calzoneras a raiz y desnudas las espaldas.
     No hay que esperar mucho para saberlo todo. Don Pascual Moreno ensilló ya, y baja al encuentro de esa gente. Cierto;ellos son. La noticia cunde como relámpago. Ordóñez y Castañón tomaron la Mesa de Los Caballos a sangre y fuego, y acabaron con cuantos pudieron coger: los pocos que se han salvado ha sido por un milagro; saltando por los desbarrancaderos, bajo una lluvia de balas, sin haberse hecho pedazos.
-¿Perecieron?-inquiere don Pedro sombrío.
-Perecieron- le responde don Pascual, inclinando la cabeza.
     Don Pedro tiene que retirarse un momento al cuarto contiguo, al escritorio. Por un momento no más; enseguida reaparece y la línea que los sollozos rompieron es ya otra vez cuerda tensa e inflexible, y sus ojos están secos.
-¡Han muerto Luis y Juan de Dios!- anuncia a doña Rita, que por el silencio brusco y aterrador del Sombrero, lo adivinó ya."
Pedro Moreno, el Insurgente. Dr. Mariano Azuela
   
En ninguna parte se habían manifestado tan despiadados los vencedores: todos los que se encontraban en la Mesa, de toda clase y sexo, fueron pasados a cuchillo, escapando muy pocos de los que por librarse de la matanza, se arrojaron al precipicio que circundaba la Mesa. Los Ortiz y algunos jefes cosiguieron escapar.



Y va la Nuestra...

A los cuatro dias de haber llegado Mina al Fuerte del Sombrero. Éste, deseoso de combatir y confiado en alcanzar la victoria, resolvió salir en la tarde del mismo día al encuentro de Ordoñez con docientos hombres de su división. Quiso acompañarle D. Pedro Moreno con un destacamento de cincuenta infantes escogidos y ochenta lanceros mandados por D. Encarnación Ortiz, llamado el Pachon. Mina caminó con esta fuerza de trecientos treinta hombres hasta media noche y mandó hacer alto en las ruinas de una hacienda de campo. En este sitio se le reunieron cuatrocientos hombres independientes de infantería mal armados y peor vestidos, que carecían de instrucción militar y disciplina, pero que, sin embargo, podían servir de mucho en este caso, con el ejemplo de los demás.

Habiendo descansado en la destruida hacienda el resto de la noche, a la siete de la mañana del siguiente día se continuó la marcha. Habria andado la división tres leguas, cuando descubrió a las fuerzas realistas marchando por el Camino Real que atraviesa una espaciosa llanura, con dirección a la hacienda de San Juan de Llanos, que distaba cinco leguas. Mina, para disponer su tropa, se retiró a una cuesta pendiente, aunque no larga, y con asombrosa prontitud tomó las disposiciones que juzgó necesarias para atacar a los realistas. Éstos, al descubrir a sus contrarios, habían tomado posición en la llanura, disponiendose al combate. mina formó con la Guardia de Honor, Regimiento de la Unión y la Infantería de D. Pedro Moreno, una columna de noventa hombres, que puso bajo las órdenes del coronel Young; otra columna, compuesta del primer regimiento de línea y de la infanteria de los independientes mejicanos que se le habían unido, la confió al coronel Marquez; la caballería perteneciente a sus expedicionarios, compuesta de húsares y dragones, que ascendía a noventa hombres, la puso a las órdenes del mayor Maylefer, que era el jefe de ella, y la de d. Encarnación Ortiz (el Pachón), que constaba de ochenta lanceros de su mejor gente, quedó al mando de éste valiente guerrillero. Dispuesta así la tropa, Mina, con algunos ayudantes, se dirigió a reconocer la línea de sus contrarios, que dispararon sobre él varios tiros al verle bastante cerca, pero sin que le acertara ninguno.

Acto continuo se dió principio a la acción, adelantandose Young con su columna, a paso de carga, hacia los realistas enmedio de un vivo fuego. Al hallarse bastante próximo a ellos, su columna hizo sobre sus contrarios una descarga cerrada que causó notable estrago, y en seguida acometió a la bayoneta. Al mismo tiempo que Young daba este brusco ataque, el mayor Maylefer, con los húsares y dragones, se lanzó con ímpetu terrible sobre la enemiga, que no pudiendo resistir el impetuoso choque, quedó en completo desórden, cediendo el terreno, aunque procurando reponerse. Al ver D. Encarnación Ortiz retroceder a la caballería realista, acometió furiosamente con sus lanceros, y pocos momentos despues la derrota de las tropas del gobierno fué general. La acción no duró más de ocho minutos, y los realistas, viendose acometidos con indescriptible furia, emprendieron la fuga en la mayor confusión, perseguidos por sus contrarios que mataron mucha gente en su alcance. Los dos jefes realistas Ordoñez y Castañon fueron muertos.
     A partir de entonces, el Pachón le entregó a Xavier Mina una gran lealtad en cada uno de los planes y batallas del general navarro hasta la muerte de éste, fusilado frente al Fuerte de los Remedios.

     Muertos Don Pedro Moreno Y Xavier Mina, Ortiz siguió sus correrías junto al padre Torres (no confundir con el Amo Torres)y despues con otros cabecillas de guerrilleros insurgentes como Santiago Gonzalez, Trinidad Zamora y otros, ganando y perdiendo batallas, todo esto allá por el año de 1819 en la Sierra del Norte.
     Fue a finales de éste año cuando fue convencido por el cura de Guanajuato Don Tiburcio Incapié y el doctor Felipe Vazquez de que se presentara al indulto que se le ofrecía. Y así lo hizo, presentandose al Coronel Don Antonio Linares, pero por escrito, el 28 de Febrero de 1820, donde además pedía su nombramiento como Capitán en el ejercito realista así como los de teniente para su hermano Francisco y alférez para su compañero Felix Orta con los que ofrecía perseguir a los pocos insurgentes que quedaban.
     Quizás fueron varios los motivos los que orillaron a el Pachón a someterse al indulto y perseguir a sus propios compañeros. Para ese entonces, el Bajío se encontraba prácticamente pacificado, así como la mayor parte del país a excepción de las tierras del Sur. La Junta de Jaujilla estaba ya disuelta, no existía ningún tipo de organización o alguien que pudiera encabezar y dirigir los diferentes alzamientos que de pronto, y de manera aislada, aparecían y desaparecían. Los principales cabecillas estaban muertos, indultados o refugiados ya sin mucha fuerza. En esas circunstancias es posible que el Pachón advirtiera que solo era cuestion de tiempo para que sucumbiera en su totalidad el movimiento armado.Y si a todo esto le sumamos que su pequeño hijo se encontraba en poder de los realistas, es probable que viera en el indulto una solución y una manera de sacar provecho a su personal situación.
     Se le concedieron la mayor parte de sus peticiones, pues con Ortiz indultado y Borja aprehendido, quedaba la zona totalmente pacificada. Se le expidió el nombramiento de Capitán y se le otorgaron 50 hombres para que, situado en la Sierra de Guanajuato cuidadara de la seguridad de la ciudad y sus alrededores. Y así Encarnación Ortiz El Pachón, despues de casi una década en pie de lucha, se retiraba a la vida privada y a sus casi olvidadas labores de campo. Pero no por mucho tiempo...

En Abril de 1821, cuando Iturbide y Bustamante se habían proclamado por la independencia pronunciados por el Plan de Iguala, El Pachón y los antiguos insurgentes se presentan a Bustamante que los incorpora a su división y marchan lentamente sobre la capital de la todavía Nueva España. Contribuye a la rendición de Querétaro y marcha por el camino del Interior penetrando al Valle y situandose al Noroeste de la capital.

Para el mes de agosto de 1821, la mayoría de las poblaciones del país estaban a favor del ejército Trigarante, conformado por las tropas de Guerrero e Iturbide. Prácticamente la situación estaba decidida y los realistas acabados. Tenían guarniciones en el castillo de San Juan de Ulúa, posición militar que perderían hasta 1825, y sería su base para los intentos de reconquista. Su otra posición importante era la capital de la moribunda Nueva España. La fuerzas de los trigarantes estaban decididas a acabar con la resistencia que encontraran en su camino a ocupar la Ciudad de México.

Agustín de Iturbide estaba entrevistándose con Juan O’Donojú en Córdoba, así que no asistió a los combates, dejando a Anastasio Bustamante y a Nicolás Acosta la responsabilidad de derrotar a las guarniciones realistas de Clavería y de Tacuba. Todos los preparativos estaban listos para la batalla del 19 de agosto de 1821, pues los insurgentes habían acantanado en Santa Mónica, la Hacienda de Cristo y de Careaga, hoy El Rosario. El primer paso lo dio Acosta dirigiéndose a Azcapotzalco, seguido por el resto de los insurgentes para generalizar una reyerta en Tacuba.

El general realista Manuel Concha escuchó desde Tacubaya los disparos y envió refuerzos a Tacuba. Sus hombres atacaron a los insurgentes, obligándolos a retirarse a su campamento en El Rosario, pero al ver que se dirigía a una trampa decidió mover la batalla a Azcapotzalco y las fuerzas realistas se fortificaron en la parroquia del sitio. Las tropas realistas habían colocado un cañón en el atrio para desbaratar los ataques insurgentes. Al principio las intentonas rebeldes fueron infructuosas, pero cada momento se volvían más fieras. Con cada baja crecían los odios de siglos entre dominados y dominadores.

Con el fin de responder a la pieza de artillería realista, Bustamante ordenó el traslado de un cañón de asedio a la parroquia y para poder atacar mejor a los acantonados. Pero la medida no dio resultado, dejando sólo la posibilidad de la retirada a altas horas de la noche. Y así se haría, pero antes se intentó rescatar el cañón insurgente que se había atascado en el lodo por las intensas lluvias. Bustamante encargó a  El Pachón que lo lazara y estirara en unión de varios dragones, en esas andaba cuando recibió un balazo disparado desde una azotea cercana, muriendo a los pocos momentos. El acto provocó una furiosa reacción de los insurgentes, quienes asaltaron el atrio y obligaron a los realistas a huir a Popotla. Durante el siguiente mes los insurgentes avanzaron poco a poco hacía San Jacinto, pero no fue necesario hacer una matanza general de realistas pues el 27 de septiembre de 1821 se consumó pacíficamente la Independencia al convencer Juan O’Donojú al general Francisco Novella de la inutilidad de sus esfuerzos; más aún que el virrey ya había firmado los Tratados de Córdoba el 24 de agosto de 1821.

     El cadáver del Pachón recibió sepultura en el cementerio de la Parroquia de Atzcapotzalco a solo cinco días de ver el fruto de casi una década de lucha contra las fuerza realistas por lograr la independencia de su pueblo. Esa fue la suerte del Pachón.

miércoles, 14 de abril de 2010

Los Monigotes

     No se a que se deba su apodo de Monigotes, sería por que parecieran un dibujo mal hecho, porque tuvieran una figura ridícula o por que fueran muy faltos de carácter (que no lo creo), lo cierto es que Antonio Quintero y Quirino Balderas mandaban una guerrilla de temibles insurgentes cuyo principal campo de acción eran los puntos inmediatos a Comanjá y el fuerte del Sombrero, la Sierra de San Felipe, Cerro del Gigante (cercano a León Guanajuato), Los Otates, Comanjilla, Ojuelos y Ciénega de Mata. Los Monigotes formaban parte de las guerrillas auxiliares del intrépido defensor de Comanjá y del Fuerte del Sombrero, don Pedro Moreno, y dependían del mando inmediato de don Encarnación Ortiz, El Pachón y en su momento de D. Santiago González y Tello.
     Quintero y Balderas eran afamados en el Bajío por su temerario arrojo y valentía, y ambos murieron en un reñido encuentro librado en la Cuesta del Toro (aparentemente cerca del municipio de Dr. Mora Gto.), contra el realista don Felipe Escalante en Mayo de 1817.
     Después de su muerte, la guerrilla de éstos siguió siendo conocida o denominada con el nombre de Los Monigotes.

viernes, 9 de abril de 2010

Incienso

    El incienso de tu amor
inhunda todo mi cuarto,
mi reloj despertador
contra la pared lo he volteado...

     Su hora no quiero saber,
tu imagen y perfume
perefiero beber...
y pensar solo en ti,
escuchando una cancion por la radio...

     El incienso de tu amor
purifica mi cruel pasado...
un soplo sin temor,
cual suspiro por ti
me sigue arrullando...

     A tu sueño he de llegar,
cuidando yo de el,
dormida estarás...
quizás en tu jardín,
aquel de aromas y furor
de tanto color...

     Y pensaré
en volverte a quitar
el lápiz labial
con mis labios...

    Y escucharé
en mi oído cantar
tu voz de manantial
tan enamorado...

     Y volaré
hasta poderte encontrar
en ese lugar
tan deseado...

     Y gritaré
que te quiero abrazar
en aquella tu leyenda lunar
de sueños azulados...

     Y estaré
acariciando tu faz...
vigilante de tu sueño,
tu aroma, tu incienso
podré respirar...

     Y soñaré
en tu silueta jovial,
respirando en mi andar
tan enamorado...

     Y desearé
lograr atrapar
aquella estrella fugaz,
cuando estemos abrazados...

    Velaré tu sueño
hasta el amanecer.
suspiraré entre el incienso de tu amor
y el lápiz labial de tus labios...
     Y soñaré...

Oso...


miércoles, 7 de abril de 2010

Las Cabezas

     Viñeta No. 26 del libro "El cura Hidalgo y sus Amigos" de Don Paco Ignacio Taibo II


     Por orden del general brigadier Calleja y para hacer escarmiento, las cabezas de los fusilados en Chihuahua fueron transportadas a Guanajuato.
Un herrero de nombre Modesto Pérez fue el encargado de manufacturar cuatro jaulas de hierro que con las cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez serían instaladas como adorno en las cuatro esquinas de la Alhóndiga. Símbolo contra símbolo.

Un letrero que decía que las cabezas pertenecían a "insignes facinerosos y primeros caudillos de la revolución", acompañaba la macabra ofrenda.

En esas estaba el verdugo, metiendo en su jaulita la cabeza de Allende, cuando un gachupín llegó clamando venganza y se dedicó a patear la jaula de barrotes de hierro en la que estaba la cabeza de Hidalgo, haciéndola rodar por los adoquines. Luego muy ufano, se trepó a su caballo y se lanzó cuesta arriba, pero el animal exitado no respondió al freno y lanzó a su jinete al suelo, donde el gachupín se rompió la pata izquierda.

Una anciana sabia dijo en voz muy alta, para que todo el mundo la oyera: "Dios castiga sin palo ni piedra".

La bola de insurgentes enmascarados, que siempre hay por todos lados, se limitaron a darle sonrisas y zanahorias al caballo.

El verdugo colgó las jaulas con las cabezas, pero sin mayores irreverencias, no fuera a ser la de malas. Ahí se acabaron de pudrir al sol descarnándose. El trofeo de la contrarrevolución permaneció en la plaza durante diez años.

Todavía en Guanajuato me he encontrado personas que me cuentan que en las noches sin luna, los ojos de Hidalgo siguen mirando a los paseantes que cruzan la plaza de la Alhóndiga.

     

martes, 6 de abril de 2010

Busco Trabajo

     Para nosotros los que pertenecemos al flamante Grupo de los Ocho(ocho millones de desempleados), aqui este hombre nos tiene unas buenas sugerencias. Desconozco su autor y quien la canta, parece ser alguien de Colombia pero eso es lo de menos, lo cierto es que en todos lados se cuecen habas...