Este es un cuento de Don Vicente Ruiz Martínez de su excelente libro de relatos: Todo en su Lugar, de Ediciones la Rana. Es un libro que nos describe de una manera muy amena los diferentes estilos y conductas de vida del México del siglo XX.
Y para todos aquellos enamorados que han sido victimas de la salvaje ruptura de una mujer amada, este delicioso relato: Funesto Amor.
Esa noche, Susana había dicho a Joaquín que ya no quería tener amistad con él.
-¿Amistad?-preguntó extrañado-, si no eres mi amiga, eres mi novia.
-Es igual. Yo ya no quiero tener novio. Así que buenas noches y hasta nunca.
Cerró de golpetazo la ventana, dejando a Joaquín como náufrago en un mar borrascoso de angustias y tristezas; por que desde tiempo atrás el jóven sentía querer a Susana con el amor profundo que Francesco Petrarca amó a Laura, el inmenso y platónico amor con que Dante Alighieri añó a Beatris. Por eso, no concebía que Susana no quisiera seguir con él. En las noches no dormía, si estaba despierto , la traía entre ceja y ceja; si acaso dormía, la soñaba. Sólo el hambre no la había perdido.
Los celos lo hicieron sentirse mal, que dedujo que no valía la pena vivir así. Razonando los pros y los contras-si los hubiera habido-llegó a la conclusión de que sin el amor de Susana era inútil vivir, porque vivir así, y no vivir, prefería lo último: Para que existir a ese precio, pensaba.
Otro día, después de estar seguro de que lo que iba a hacer sería no sólo lo cotrrecto, sino lo único, ya que no había otra solución, se llegó hasta la única botica del pueblo, donde un italiano, con muchos años metido en la bata blanca, era acertadísimo en la preparación de medicamentos, gotas, pomadas, untos, pócimas y brebajes para todo padecimiento y para todos los bolsillos.
-Señor-le dijo casi musitando, al tiempo que esparcía una mirada triste a diestra y siniestra-, quiero que me haga, por favor, una toma con lo que usted crea conveniente: arsénico, cianuro, estricnina, o lo que tenga más eficaz. Lo único que se le pediría es que me deje llegar hasta la ventana de mi amada y allí fallecer a sus pies.
El boticario lo miró por arriba de sus lentes y, viendo la seriedad y tristeza con que hablaba el enamorado joven, preguntó:
-¿Estás seguro de lo que me pides, muchacho?-preguntó perplejo y un tanto receloso el hombre.
El muchacho explicó a grandes rasgos los porqué y qué de su decisión. Terminando tajante, que no le quedaba otra salida y que no podría tener vuelta de hoja el asunto.
El boticario, que había escuchado paciente y atento aquel corazón deshilvanado, le preguntó pensativo:
-¿Cuantas cuadras hay de aquí a donde vive tu novia?
-Cuatro, más dos... seis y media, señor-dijo, contando con los dedos.
-Bueno, está bien. Espera un momento- pidió el hombre, entrando en las trasbotica.
Allá estuvo bajando frascos, unos de cristal y otros de porcelana con tapas como cúpulas, y empezó a vaciar en una probeta un poco de esto y un chorrito de aquello. Terminado el brebaje, salió el boticario aún moviendo en círculos la probeta. Traía en la otra mano un vaso grande donde escanció un cuarto de litro de aquél líquido espeso color indefinido.
-Toma, muchacho-dijo, extendiendo hacia Joaquín la bebida-,es tan espesa como efectiva...Dime,¿Como se llama tu novia?
-Su-sana-dijo aquél con un suspiro intermedio.
-Pues buena sorpresa le vas a endilgar a Susana-sentenció-. Ni modo...ella se lo buscó.
-Sí-afirmó convencido el joven, luego inquirió-:¿Cuanto le debo?
-No es nada. Como enamorado que fui alguna vez, compadezco tu sentir; la casa invita-luego, suspirando a su vez, agregó-:Tutto sia per il amore.
Joaquín miró un poco nervioso el contenido del vaso, miró luego al boticario que permanecía impasible, posando las velludas manos sobre el mostrador.
-¡Salud, señor!-brindó, levantando el vaso hasta su frente.
-Provecho, hijo-le deseó al tiempo que le recomendaba-,ah, y ya no te vayas a entretener por ahí en el camino, por que no alcanzas a llegar a la ventana de Susana.
-Gracias-dijo Joaquín, con una mueca que parecía sonrisa.
-De nada, muchacho. Adiós.
Se fue el pobre enamorado, que inmediatamente empezó a sentir como si tuviera hambre retrasada, y el estómago le exigiera a rugidos. Iba sintiendo también como si una burbuja de aire comprimido le incursionara del intestino delgado al colon, pasando por el ciego, hasta casi llegar al recto, regresando luego la burbuja a repetir el sinuoso recorrido una y otra vez.
Apretando los dientes, fruncía Joaquín el ceño, y arreciando el paso seguía con su lastimado corazón, prisionero por último en las costillas del desdén.
Por fin llegó aún con vida a la ventana de su amada. Tocó fuerte con los nudillos, dando entre tanto una última mirada circular a la calle. Esperó un poco y volvió a tocar. Salió Susana, la miró joaquín tan linda como siempre. Ella, al mirar al persistente enamorado, quiso cerrar la ventana, pero Joaquín la detuvo con la mano todavía firme. Por dentro, el enamorado seguía sintiendo el gorgoreo y el gruñir fuerte de intestinos, pero pensó que serían los últimos arañazos que daba la muerte por dentro, antes de cargar con el cliente.
-¡No te vayas, Susana!-Rogó sumiso el joven-. Nada más vine a despedirme. Yo quiero que tu sepas que no pude vivir sin ti. Por eso vengo a morir a tus pies, para que sepas, cuando mires mi cadáver, lo que significabas para mi.
En ese preciso instante se aferró vigoroso a los barrotes de la reja y pujo fuerte por un retortijón que le pegó como un rayo en el estómago. Con el supremo esfuerzo, aventó, sin querer, el primer chorro de doce chisguetes que se iban sucediendo uno tras otro. La mierda le salía a presión, deslizándose aguadísima por las perneras del pantalón hasta los tobillos y zapatos.
Al ver, escuchar y oler todo aquello la muchacha gritó histérica:
-¡Cooochino!¡Maaarrano!¡No te vuelvas a parar aquí!
Y, ¡zaz!, cerró con un estruendoso golpe la ventana.
El joven suicida, avergonzado hasta las uñas, y con tal atascadero de pantalón, regresó a su casa, procurando no doblar las rodillas y abriendo ligeramente las piernas al caminar.
Joaquín, como es de suponer, jamás volvió a pasar ni siquiera cerca de la casa de Susana.
La Receta:
Un vaso grande de aceite de ricino, aceite de palo para el ombligo, polvos de bismuto, Blanco de España, sal de uvas, unas gotitas que no recordaba para qué eran, luego una pizca de azarcón color ladrillo, terminando con una dotación de nívea leche de magnesia.
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