viernes, 12 de marzo de 2010

Un Colgado sin Cabeza

     Esta es una singular historia que nos cuenta el sr. José Eduardo Guzmán Fernández, sobre un bandido de nombre desconocido que asoló los caminos cercanos a León en el siglo XIX. En su libro "LEYENDAS Y TRADICIONES Y REFERENCIAS HISTORICAS DE LEON, le dá por titulo original "EL JINETE SIN CABEZA" , sin embargo, despues de haberla leído, mi imaginación me despertó la curiosidad de saber como es que se vería alguien colgado de un árbol sin cabeza, y es por eso que me tomé la libertad de modificar un poco el título original.

     Lo que si puedo decir, es que mientras más historias y leyendas escucho sobre ésta ciudad de León me nace la inquietud de conocer más sobre la existencia de los antiguos caminos que había para arribar y salir de la ciudad, sería interesante, hasta por puro "paseo", redescubrirlos para todo el público con una señal que nos indicara que éste es "tal antiguo camino", o mínimo, "que por aquí existío". Y es que es muy común que la referencia sobre la existencia de éstos caminos la encontremos solamente en las viejas leyendas como ésta...


"En uno de los enormes llanos circundantes del León de antaño, por el antiguo camino a Guanajuato, se elevaba un enorme árbol de mezquite, su tronco rugoso y retorcido, aún más de lo que en su especie es lo normal, junto con su tamaño descomunal, causaban una honda impresión.



Mayor impresión causaba, sin embargo, el conocer la terrible historia que se contaba sobre ese árbol.



Hubo un bandido a mediados del siglo XIX, que asaltaba las diligencias, carretas y gente de a caballo que emprendían el duro camino que partía de lo que hoy es el barrio del Coecillo y que cruzando por un lado del cerro del Cubilete llegaba a la ciudad de Guanajuato, camino que hoy es conocido como el Blvd. La Luz.


Ese bandido era un tipo enorme y fiero, alejado de la iglesia y abandonado por completo a los placeres carnales, amén de mostrar una infinita crueldad con sus víctimas, a los que en muchas de las ocaciones mataba o hería sin necesidad.

Esa crueldad lo mantuvo libre por mucho tiempo, por que la gente de los alrededores le tenía tanto miedo que negaba información a las partidas que tantas veces lo buscaron, manteniendo su guarida, situada en algún lugar de la zona del cerro del Gigante, sin ser encontrada. Parecía que se lo tragaba la tierra.



Los personajes importantes empezaron a protegerse con gruesas escoltas y eso le dificultó obtener grandes botines, y el bandido se dedicó entonces a atacar los comerciantes pobres y a mostrar más rencor hacia la sociedad.



Pero un día tuvo lo que consideró un gran golpe de suerte. Escondido, como acostumbraba frecuentemente, detrás de las rocas que rodeaban el gran árbol de mezquite, alcanzó a divisar una figura desconcertante:



Un clérigo, con una sotana negra, caminaba hacia León, jalando una mula que soportaba un gran arcón. El asunto resultaba más extraño si se acercaba uno al caminante, pues sus ropas eran muy finas, el porte del sacerdote era de indiscutible distinción y su amable rostro sonreía con una beatitud discordante con el polvoriento camino y con el sol abrasador.



El fiero bandido, cuyo nombre no registra la historia, no se detuvo ante la dignidad del viajero y con un golpe bestial de su machete le dió un tajo mortal. Acto seguido despojó a la mula del arcón que portaba. Dentro de éste encontró sorprendido una rica colección de ornamentos, patenas y crucifijos de oro que el padre traía como único equipaje a la ciudad.



Los objetos sagrados no le provocaron ningún respeto al bestial hombre y se alejó felíz con el botín.



Pero la sociedad y las autoridades no le perdonarían el hecho. El padre que había matado era miembro de una distinguida familia de la capital y solo por la humildad que lo caracterizaba viajaba en la forma en que lo hacía, confiando a la Providencia su protección. El contenido del arcón era un donativo para la Santísima Virgen de la Luz.



Se organizó de inmediato una partida con la orden de encontrar y apresar al asesino o no regresar. El sacrilegio provocó que la gente de la comarca venciera su miedo y diera pistas para encontrar su escondite.



Finalmente el bandido fue descubierto en su cubil y a pesar de lograr vencer a varios de sus cazadores fue finalmente muerto por los otros. En el furor de la captura, espoleados por la lucha que dió y por el recuerdo de las fechorías, la cabeza maldita fue arrancada y al caer en una de las cañadas del cerro se perdió.



Esto fue la causa de que, al decretarse por las autoridades que se colgara del árbol en el que acostumbraba hacer sus fechorías, fuese colgado el cuerpo sin cabeza, portando tan sólo un negro sombrero sobre los hombros.



La imagen de un jinete sin cabeza, con un sombrero de ala ancha sobre los hombros, gritando maldiciones y levantando polvo con un enorme caballo negro, sobrevivió muchos años a la muerte del bandido, quizá ya no esté el árbol que conocí de niño y tal vez el ruido y las luces de un moderno boulevard no dejen percibirlo".

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