viernes, 8 de febrero de 2013

"Otro" Alcalde de Lagos

Este es un cuento que me ha hecho el favor de compartir "vía link" mi estimado amigo Benjamín Arredondo, (a quien por cierto recomiendo "echarle una leídita" a sus excelentes blogs).

Es parte del libro "Dentro de la República" publicado en 1889 y escrito por Joaquín Herrera. Ahora lo comparto con ustedes...


El Alcalde de Lagos

Tranquilisese el lector: No voy á darle una nueva edición de la manoseadísima historia de aquél alcalde de Lagos, que teniendo las manos ocupadas con el sombrero y la vara de la justicia, sumergió la cabeza en la pila del agua bendita; y que habiendo nacido zacate en el coro de la iglesia discurrió hacer subir unos bueyes para que despejaran el terreno. Mi historia se remonta a tiempos mucho más anteriores: nada menos que a la época feliz en que todavía dependíamos de la madre España; cuando Lagos, ciudad de importancia hoy, ni ostentaba tantas muchachas bonitas como ahora, ni se enorgullecía con su famoso puente, en el que he oído decir que se lee la siguiente inscripción: "Este puente fue hecho aquí y se pasa por encima"

Laboriosas investigaciones me han hecho descubrir que el alcalde de que enseguida voy á ocuparme, era ascendiente en línea recta del otro alcalde cuyos hechos todos conocen; pero las ocurrencias que al mío acaecieron nada tienen de común con las de su descendiente y, además, nadie las ha referido hasta hoy, que yo sepa, por lo que he creído oportuno sacar a la luz, sino todos sus hechos al menos uno de sus más curiosos episodios. Aquí va:

     El año de 1621, el pueblo de Lagos recientemente fundado estaba gobernado por el alcalde don José Antonio Manjarrez de Lanuza. Era este un castellano viejo, de conciencia recta y carácter jovial, rechoncho y bonachón, y emboscado entre dos enormes patillas entrecanas. Vestía al uso de aquellos tiempos, pantalón de pana azul, de tapa balazo con botones dorados y sostenido por dos grandes tirantes que se cruzaban sobre los hombros; llevaba zapatos de gamuza abrochados con correas, y sombrero de ala ancha y tiesa y copa cónica muy parecida á un almirez boca abajo.
     Don José Antonio como juez era probo y recto, y jamás se supo que que llegara á torcer la vara de la justicia que empuñaba con soberbia apostura. En cambio en el trato íntimo y amistoso era de magnífica índole, alegre y decidor. Hacía en favor del pueblo todo lo que le era posible y los vecinos le tenían verdadero cariño.
    Entre sus buenas cualidades tenía una que lo había hecho popular á muchas leguas de distancia y era el gusto decidido, el fanatismo, podemos decir, que tenía por las diversiones públicas. No había maromero, prestidigitador o empresario de titeres que no hallára en él eficas ayuda y decidida protección. Cuando algunos cómicos de la legua u otro género de artistas llegaban al pueblo, el digno alcalde corría en persona de casa en casa consiguiendo sillas y demás útiles; arreglaba el local donde debían darse las funciones y movía a todo el vecindario para que concurriera a ellas.


     A esta circunstancia se debió, sin duda, que un día se le presentara al sr. Alcalde Lanuza, cierto individuo solicitando su protección y ayuda para presentar ante aquél ilustrado público un espectáculo hasta entonces no visto y de gran sensación. Pretendía nada menos que haría pasar un burro por un cable tendido de la torre de la iglesia á una azotea inmediata, de modo que el inteligente animal debería cruzar por el aire de un extremo á otro de la plaza llevando en el hocico un gran timón para guardar el equilibrio; y para dar al espectáculo mayor lucimiento tendría lugar en la noche, pues el asno equilibrista vestiría una albarda iluminada de colores.
     el domador, o mejor dicho, el educador del admirable burro, se llamaba Andres Pelandini, descendiente de italiano, sin duda si nos hemos de atener al "ini" en que termina el apellido. Era un muchacho despabilado y listo, estudiante destripado que había salido de la entonces capital de la "Nueva España" en busca de aventuras diciendode como Gil Blas éteme aqui  fuera de México, camino de Lagos, sólo en los campos dueño de mi persona, de un mal burro y sin un bueno ni mal doblón de que disponer.
    Es indudable que cuando Pelandini se dirigía sin vacilar á Lagos era porque la vocinglera fama lo había informado del apoyo que nuestro alcalde prestaba á todo el que quisiera o pudiera lucir alguna habilidad.

     Don José Antonio Manjarrez de Lanuza quedó encantado del discurso que Pelandini le enderezó, alabando su ilustración y buenas prendas, en especial su magnanimidad para con los artistas cómicos funambulistas ó exhibidores de animales sabios como él.
     El buen alcalde recolectó sin perdida de tiempo, una contribución entre los vecinos para que todos por igual gozaran del raro espectáculo; cuya suma entregó a Pelandini. Facilitó y mando poner el cable; aprestó gente para izar al burro hasta el campanario de la iglesia, punto de partida de su excursión aerea; en fin, lo arregló todo con celo y actividad dignas de él.
     Por su parte Pelandini, hizo al burro sabio una albarda de paño bordada de oropel y adornada con luces de colores, para lo cual solicitó la colaboración de un hábil cohetero del pueblo. Todo estaba listo: la función había de comenzar a las diez de la noche: los vecinos todos de la población y de los pueblos y ranchos inmediatos se reunieron en la plaza y calles adyacentes, poblándose las azoteas y balcones. El alcalde presidía en  medio de la plaza rodeado de los músicos que tocaban alegres boleros. Ya en el campanario y á la luz de los candiles, veíase al burro que asomaba la cabeza parando la sorejas asustado, quizá por la altura a la que se hallaba y del mar de gente que muy por debajo de él hervía.



Sonaron las once y el animal permanecía impasible en su puesto, sin atreverse a descender por el cable. Entonces el alcalde, participando de la impaciencia general, mandó a uno de sus corchetes a avisar al maestro Pelandini que ya era tiempo de que la función empezara; pero el corchete volvió á poco diciendo que no había podido hallar al maestro Pelandini. En tal emergencia, un grupo de muchachos subió al campanario intentando encaminar al burro por el cable, más el noble animal se resistió con heroico valor. Comenzaron entonces los gritos y las risas de la multitud. Unos pedían a Pelandini; otras querían que el burro fuese echado a volar de lo alto de la torre. En medio de tanta confusión, un muchacho de los que habían subido pegó fuego a los cohetes que adornaban la albarda del asno equilibrista e inmediatamente se iluminó todo él, distinguiéndose la siguiente inscripción hecha con luces de colores:

AL INMORTAL ALCALDE DON JOSE ANTONIO MANJARREZ DE LANUZA. LAGOS Y PELANDINI AGRADECIDOS.

El maestro Pelandini y el dinero que recibió, desaparecieron sin que jamás se volviera á saber de ellos.


Imagenes de Lagos de Moreno, Jalisco tomadas de la pag. lagosdemoreno.gob.mx

1 comentario:

  1. Me da gusto volver a leerte mi estimado, Oso. Precisamente me acorde de tu blog pasando por el Bable.Saludos y esperamos leerte más seguido.

    ATTE;Christian!

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