miércoles, 9 de junio de 2010

Las Lluvias y Hasta aquí no Llega

     Estas son otras dos consejas sobre Lagos de Moreno Jalisco, tomadas del excelente libro El Alcalde de Lagos de Don Alfonso de Alba, bellamente enriquecido con las ilustraciones del maestro Alfonso de Lara Gallardo. Vale la pena comprar éste libro, pues como ya lo dije anteriormente, es una obra que pertenece ya al selecto grupo de los clásicos de la literatura mexicana.


Las Lluvias
     En tiempos de lluvias eran muy frecuentes las inundaciones en Lagos. Un año, por el mes de Agosto, el agua del río ya cubría medio poblado y amenazaba el otro. Muy alarmados los moradores acudieron a ver a Don Diego para ver qué acuerdo tomaba. No se hizo esperar la reunión, en cabildo abierto, bajo la dirección del alcalde. Y como de costumbre se situó a su lado el secretario para tomar nota de los acuerdos y consignarlos en el acta correspondiente. con mucha gravedad don Diego dirigió los debates.

     Alguien propuso se efectuaran rogativas en todos los templos. Otro arguyó que desde el Domingo pasado se habían hecho y seguía lloviendo. Uno más habló sobre la conveniencia de una procesión con velas y campanas consagradas. Otro echó abajo la propuesta diciendo que como seguía lloviendo, eran inútiles las velas, y el agua que seguía inundando haría imposible la procesión por todas las calles. Alguien apuntó una medida radical: la construcción de un dique gigantesco que desviara al río. Al momento saltó la voz del que se sentía más ducho en ingeniería: ¿Cómo iba a ser posible esa solución si el cause del río era el único declive del valle?.
     La sesión degeneró en alusiones personales: la lluvia era un castigo de Dios para borrar del mapa esa pecadora villa. ¡También el compadre Timoteo vivía amancebado con la viuda de don Fulano!¡Y el usurero de don Dimas no había vacilado en apropiarse el rancho de Las Moras!...¡Claro, con apariencia de hombre honrado, don Tomás recibía a media noche, por la puerta del corral de su casa, las mulas cargadas de plata robada a las conductas que pasaban de Zacatecas a México!
     Impaciente, ante el peligro de que también aludieran a sus virtudes cardinales, don Diego dio por terminada la prolongada y áspera sesión. Cuando ya algunos de los presentes iban a despedirse, el secretario preguntó a don Diego:
-¿A qué acuerdo llegaron para asentarlo en el acta?
Don Diego, ya molesto, iluminado, repuso cortante:
--¡Que siga lloviendo!


Hasta aquí no Llega

     Un año antes de abandonar la alcaldía, don Diego Romero tuvo que enfrentar variados y complejos problemas por causa de las inundaciones.
     La región no es muy llovedora; la mayoría de los años son "pintos" pero el año que llueve, "llueve a cántaros"; esto es poco decir por que hasta las calles, en fuerte pendiente desde la Calavera hasta el río, más parecen arroyos de aguas broncas.

     Ese año de gracia para la región y para desgracia de la villa, a mediados de Septiembre, iban ya dos semanas de lluvias abundantes e ininterrumpidas. Los arroyos, salidos de madre, casi todos desembocan al río, sumándose al impetuoso cause del mismo. El agua ya se había llevado numerosos animales: burros, vacas, bueyes, borregos, amén de los cristianos que trataron de cruzarlo y los que pretendían salvar semovientes o pertenencias. Las reverendas monjas capuchinas, de estricta clausura, ya habían sido desalojadas de su rivereño convento. Y si bien es cierto que las aguas provocadas por la inundación ya merodeaban, acercándose a las gradas del atrio de la Parroquia, los más dañados en sembradíos y perjudicados en sus casas eran los huerteros de la Otra Banda. Los muros del molino de harina, en la confluencia del río y el arroyo del Guaricho, se habían venido abajo así como muchas viviendas lamidas y borradas en ambas márgenes del río.

     Don Diego reunió en varias ocasines a sus ediles y consejeros sin que hubieran llegado a resoluciones concretas en medio de desesperadas y agrias discusiones. Ya no se valía volver a aquella sabia resolución pasada en que Don Diego resolvió: "Que siga lloviendo". De pronto el alcalde de puso de pie, e inspirado y decidido exclamó:"Señores, no es ya tiempo de palabras es hora de acción". " A ver tu Justiniano tráeme al caporal de don Agapito y que consiga todas las sogas buenas que encuentre". "Y tú, Amadeo, vete por la canoa grande que se usa para pasar el río". "Y nosotros señores vámonos por la calle Real hasta la de las Pilastras". Esta se llamaba así por que la remataban dos grandes, altas y amplias pilastras de cantera coronadas por una bola, y que se tomaban como referencia respecto a la anchura del río, en crecientes normales.
     Ya reunidos, con todos los arreos, el alcalde gue el primero en subir a la canoa y enseguida el caporal y sólo tres de los consejeros, los menos medrosos. "Y ustedes, mirones, encomiéndenme a San Hermión al que desde ahora le prometo un Triduo Solemne...si vivo". Unas cuarenta varas antes de las columnas, río abajo, la canoa se aproximaba a la primera de las pilastras.
     "Ahora sí caporal láceme la bola de arriba de la pilastra". Como en peores andanzas se las había visto el vaquero, a la primera mangana acertó y empezó a hacer que la canoa llegara hasta casi pegarse a la mitad de la columna. Don Diego saltó decidido y con un jarro de pintura al rojo almagre, ante la espectación erizante de mucha gente allí reunida, trazó con brocha una raya horizontal gruesa y visible hasta donde llegaba el agua todavía con borregos de espuma.
     Luego, sin meditarlo mucho, puso esta inscripción: "Hasta aquí no llega".
    
     De regreso a la tierra firme, ante los aturdidos y confusos vecinos, sentenció: "Que tarugos los que pusieron las pilastras para medir la anchura del río. Se les olvidó marcar el altor".
     "Ahora si váyanse tranquilos a sus casas, hasta allí no llega"



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